viernes, julio 07, 2006

Sólo se vive una vez: Ivonne

Ivonne miraba las olas verdes que se estrellaban entre dos riscos, entonces el agua se trasformaba en espuma, en una espuma limpia y momentánea que desaparecía en segundos y se volvía a formar con cada nueva ola. Yo la miraba, el cuerpo siempre delgado y perfecto, el cabello rizado, esa mirada lejana. Recodaba como el día anterior, nos habíamos entretenido jugando en la playa, al atardecer las olas se reventaban feroces sobre la arena y ella y yo jugábamos a huir, pero terminábamos siempre mojados, nuestras huellas se borraban y la veía sonreír mientras su cabello ondulaba en el viento, su vestido azul y mojado, su cuerpo tan delgado y frágil, tan hermosa.

- ¿Te has fijado como a veces el tono del mar y el cielo son el mismo?, a tal punto que pareciera ser un océano infinito, no puedes distinguir donde empieza uno o donde termina otro – Me dijo después de un momento. Yo recordé los versos que había escrito para ella justo tres años antes:

Hay dos océanos profundos,
impensables, inimaginables, distantes.
Yo te contemplo desde lejos,
desde lo alto de la luna inmensa,
por encima de las nubes grises,
del vuelo de aves.

Tú eres basta y profunda,
misteriosa y eterna.
Ola tras ola yaces moribunda sobre la costa
y renaces con la espuma.
Eres el océano inalcanzable y profundo
que mi cuerpo no toca,
la voz de arrullo,
brisa de sal sobre la roca.

Tuvo que pasar todo ese tiempo para estar allí junto a ti y comprender que de algún modo, somos como el mar y el cielo, lejanos y distantes, pero a veces, solo a veces, como uno, un solo océano inmenso y resplandeciente. Al menos así me siento yo, mientras tomo tu mano y fumamos, como si a fin de cuentas hubiéramos encontrado nuestro propio horizonte, como si una parte de nuestra vida estuviera destinada a ser una sola. Como la espuma que solo existe por unos breves instantes sobre la roca, como los breves instantes en que el mar y el cielo son uno.

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