viernes, octubre 21, 2005

Todos los hombres están desnudos (Fragmento)

David se sentó a escribir aquella mañana de Octubre. Una de esas mañanas en las que uno se levanta con la intención de estar solo, no solo, sino, mas bien, ensimismado en ese mundo interior que cada persona posee. Era uno de esos cafés de Coyoacan, con pequeñas mesas afuera. El sol era débil. La mesera le habóa sonreído, al menos eso se había figurado, después de todo, las meseras suelen ser amables y sonrientes. Abrio el cuaderno viejo y de esquinas dobladas. Sabía que aquellas líneas no contaban una historia, sino un cúmulo de hechos, o mejor dicho, de imagenes: La pareja que compartia un helado, las personas que salían de la iglesia cercana, el padre que sostenia a una pequeña en sus brazos, los meseros que afanosamente barrian y limpiaban las mesas contiguas. Como si describir todos aquellos hechos le ayudarana contruir un cuadro dentro de su memoria. Un cuadro con que cubrir las paredes desnudas de aquel sitio interior, es decir, los huecos que ella dejara ausentes. No con la intención de exteriorizar las emociones o ideas de su interior, sino de preservar para si mismo, y para un futuro incierto, los momentos en que mas la necesitaba, por insignificantes que parecieran. Dichos momentos no pertenecian a una selección especial, no podían catálogarse como tristes o felices, sino como quien recolecta al azar momentos de su propia vida.

Había conocido a Grete en una clase en la universidad. Y habían sido cuatro años felices y tristes a la ves. Siempre pensó que aquella era una historia mas, una de las millones que transcurrian en la ciudad, o en el mundo. Una historia anónima e inconclusa. Aún recordaba la incontable cantidad de veces que discutian, aquella ves bajo la lluvia, las faltas en clase cuando iban a tomar un café. Pero sólo eso, fragmentos borrosos de un pasado lejano, no por el tiempo, sino por él mismo, como parte de un reflejo involuntario, como si algo dentro de si se huibiera roto y del agún modo nada fuera lo mismo. Desde hacía quien sabe cuanto sentia aquella terrible certidumbre de haberla olvidado, o mejor dicho, de haber olvidado que la queria (como esa sensacion de creer recordar algo y preguntarse si fue real o sólo producto de la imginaicón), y a la ves, tenerla siempre presente, como un espejismo perpetuamente distante.

Ya no recordaba el origen de aquello. Sabía que en algún punto de la historia, su historia, aquel mundo, aquella ciudad, esas paredes, habían sucumbido ante una catastrofe. No quedo ni una sola piedra que permitiera recordar que allí, en algún momento del pasado, existió una ciudad, construida para ella - una ciudad puerto - solía decir - un lugar desde donde siempre partes y al mismo tiempo regresas - Pero no, no quedaba ni la memoria para recordar aquello. Sobre esas ruinas David hizo construir una especie de museo-fortaleza donde preservar los posibles recuerdos, no recuerdos en si, sino su posibilidad. Un inmenso salón blanco, cuya luz pálida parecía provenir de todas partes, y en el cual colgaba los cuadros de aquellos instantes. Al principio de aquel salón, se podía leer sobre una sencilla placa: "Aquí yace una ciudad que nunca existió"

Era como si las imagenes de aquellos días no le pertenecieran a él, sino a otra persona, como usurpar la identidad de alguien desconocido u hojear el album de fotografías que constituyen los recuerdos de alguien más. Y en cierto modo así era, porque en el exterior de aquella fortaleza vagaban, como fantasmas, los fragmentos traslucidos de dichos recuerdos, como si fueran capaces de posee sus propias y terribles personalidades y solo dentro de aquellas paredes blancas él se encontrara a salvo...

miércoles, octubre 12, 2005

Lluvia

Han pasado cosas terribles en el mundo, lo del sur de nuestro país, el terremototo en Pakistan, el coraje de Hâny, una niña que habló a un programa de radio porque se le había muerto su perrita, el infierno de L, los insomnios de Y, y muchas cosas más. De repente me siento el expectador de un sinumero de historias tristes y desoladoras, observo las calles de la ciudad por donde camino, los coches inmoviles, las personas mudas, los edificios grisaceos, como si todo fuera parte de una fotografia donde todas las cosas pretendieran existir eternamente. Como si todo lo que llamamos realidad perteneciera a esa fotografia, o más bien, al collage de miles de fotografías grises, viejas y agrietadas, donde trancurren los momentos inmoviles de las personas y de las cosas.

Ha llovido. Que sencillo es verte bajo lluvia y el cielo gris, que inmensos son tus ojos y tu sonrisa, que triste es oir el sonido de la lluvia en la tarde y no poder besarte, no poder abrazarte, no hacerte el amor, que falta me hacen cuatro paredes. Ya no fumamos, ni caminanos bajo la lluvia, pero que maravillosas horas a tu lado, caminando por entre los charcos, el instante en que recargas tu cabeza en mi hombro y dejo de sentirme tan triste y solo.

Es curioso como cohabitan dentro de una misma fotografia todas las cosas felices y tristes, apenas separadas por una delgada tela invisible, como si agitara un frasco que contiene agua y aceite y cientos de burbujas se formaran, cada una de esas burbujas son esos instantes que dificilmente estan separados unos de otros, unos tristes, otros felices, melancolicos, absurdos, ironicos, fantasticos, terribles, maravillosos. Lo mismo que las miles de gotas de lluvia que caen mientras recuerdo tus ojos inmensos.