miércoles, julio 26, 2006

Sólo se vive una vez: Felix

[...]Hay ausencias que triunfan
y la nuestra triunfó.
Amemonos ahora con la paz
que en otro tiempo no faltó.

Y cuando yo me muera,
ni luz, ni llanto, ni luto,
ni nada más.
Aquí junto a mi cruz,
tan solo quiero paz.


Ambos fumabamos, sentados uno frente al otro, la tarde aún era caliente, el sol resplandecia sobre la arena, y todo era luminoso, las olas feroces se estrellaban sobre la orilla con su rugido implacable. El viento nos llegaba salado y húmedo, de otros lugares y tiempo. Fumabamos tranquilos, como si de pronto hubieramos surgido debajo de aquellos tenderetes de hojas de palmera, como si allí mismo hubieramos empezado a existir y a respirar. De pronto se acercó Felix, su piel morena y cubiera de arrugas profundas, contrastaba con el blanco de su camisa y pantalón. - ¿No quere que le toque algo?, allí esta mi hija la enana - Dijo mientras miraba una destartalada guitarra recosatada sobre el tronco de una palmera. "Hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó..."

Ahora, que lo veo en retropectiva, pienso que no pueden existir palabras más precisas:

Sólo tú, corazón,
si me niegas tu amor,
una lágrima llevame por última vez.
En silencio dirás una plegaria,
y por Dios, olvidame después.

Es curioso como a veces un desconocido parece ser una especie de profeta, como si todas las cosas te estuvieran tratando de decir algo. Yo solo quiero paz

martes, julio 18, 2006

Sólo se vive una vez: Israel

Dici che il fiume
Trova la via al mare
E come il fiume
Giungerai a me
Oltre i confini
E le terre assetate
Dici che come fiume
Come fiume
L'amore giunger
L'amore
E non so pi pregare
E nell'amore non so pi sperare
E quell'amore non so pi aspettare



Israel caminaba sosteniendo aquella tabla rectangular, una tras otra las olas reventaban sobre la orilla, poco a poco se iba adentrando, midiendo la altura e intensidad de cada ola, esperando el momento para subirse a una. Mas tarde, mientras se secaba las cientos de gotas que aún le cubrían el cuerpo me dijo – Supongo que la vida es como las olas, quiero decir que se trata de esperar la tuya, no es algo que puedas medir o predecir, sino que solo lo sientes, dejaras pasar muchas olas que crees que serán la correcta, pero no lo son, hasta que en algún momento encuentres la tuya – Yo miraba el mar, el sol de la tarde, tu cabello flotando en el aire tibio y salado, y no se trataba solo de ti de ti, sino de todo a la vez, del mar, el cielo, la tarde, tu y yo.

Esa era mi ola propia, y había hecho lo único posible, subirme a ella, y como la ola que desaparece en la orilla dejando una espuma, todo eso desapareció, y mi memoria es esa espuma momentánea llena del recuerdo de aquellos días.

jueves, julio 13, 2006

Sólo se vive una vez: Yo

Siempre creí que mi destino eras tú, más bien era una certeza, pero aquel día lo supe. Había deseado tantas veces estar allí contigo, en medio de la arena y la espuma de las olas que reventaban feroces sobre la costa, Por fin estábamos allí, solos. Te miré caminar sobre la arena y dejar por un instante tus huellas, quizá no era una revelación, era solo un pensamiento, pero te lo dije: Creo que sí existe un destino. Quiero decir que hace millones de años, este océano, la arena, ese sol moribundo de la tarde, todo esto, fue creado para este instante, para que tu y yo estuviéramos aquí.

Recuerdo como aquella noche te vi dormir, como besé tu mejilla, y sostuve tu mano y contemplamos el mar nocturno, ese era el final de todo. Ese era mi destino, casi cinco años antes había empezado la historia que termino aquella noche, pero ambos sabíamos de antemano como acaba la historia. Tú llorabas en la noche tibia, y yo sostenía tu mano y sentía, como tantas veces antes, que el mundo se desmoronaba bajo mis pies, pero no había camino adelante, sino solo el mar oscuro y casi infinito. Te lastimé una vez más, y supe que quizá siempre lo haría, Te amo y eso solo puede lastimarte, a veces el destino no es siempre como uno se lo imagina.

Tú dormías, y lo supe, que el desenlace de nuestra historia no tenía solución. Dormías y yo solo deseaba dormir a tu lado, abrazarte y despertar el resto de mi vida con el recuerdo de aquel sonido sordo del mar, como mi amor, que se reventaba frente a la pared de este destino, como las olas sobre las rocas oscuras, que hace tanto tiempo fueron hechas para este destino.

miércoles, julio 12, 2006

Sólo se vive una vez: Emmanuel

Emmanuel miraba a Betsy sacudirse sus pequeños pies de la arena húmeda –No, el mar nunca es el mismo – dijo mirando a lo lejos las olas brillantes que se precipitaban sobre la playa –Siempre que venimos es diferente – agregó y tomo la mano de su pequeña hija mientras caminaba entre las mesas y los viejos tenderetes de hojas de palmera. He pensado en esta frase, en como las cosas nunca son las mismas, ni tu, ni yo, después de todos estos años. Y sin embargo no sé en que somos diferentes, yo te sigo viendo, como hace tanto, con los mismos ojos enamorados de ti, de tu voz bajo las noches frías y nubladas al salir de clases.

Luego, mientras viajábamos en el auto, te miraba sosteniendo en tus piernas la pequeña cabeza de Betsy dormida, y de pronto me imaginé que era nuestra hija. En el auto sonaba aquella que siempre he creído es nuestra canción y que en aquel momento supe que era cierto “Hay algunos que dicen, que todos los caminos conducen a Roma”

Es cierto, nunca somos los mismos, somos como esas olas que nacen y se rompen sobre la arena, como la espuma que rápida se disuelve, como la brisa que sopla mientras parado tomo tu mano y contemplamos la tarde. Las cosas nunca son las mismas y sin embargo, siempre regresan al mismo sitio, las olas a la arena, la brisa a las alas de las gaviotas pérdidas, mis ojos a tu mirada, mi mano a tu mano. No, ni tú, ni yo somos nunca los mismos y eso es lo que hace todo posible.

viernes, julio 07, 2006

Sólo se vive una vez: Ivonne

Ivonne miraba las olas verdes que se estrellaban entre dos riscos, entonces el agua se trasformaba en espuma, en una espuma limpia y momentánea que desaparecía en segundos y se volvía a formar con cada nueva ola. Yo la miraba, el cuerpo siempre delgado y perfecto, el cabello rizado, esa mirada lejana. Recodaba como el día anterior, nos habíamos entretenido jugando en la playa, al atardecer las olas se reventaban feroces sobre la arena y ella y yo jugábamos a huir, pero terminábamos siempre mojados, nuestras huellas se borraban y la veía sonreír mientras su cabello ondulaba en el viento, su vestido azul y mojado, su cuerpo tan delgado y frágil, tan hermosa.

- ¿Te has fijado como a veces el tono del mar y el cielo son el mismo?, a tal punto que pareciera ser un océano infinito, no puedes distinguir donde empieza uno o donde termina otro – Me dijo después de un momento. Yo recordé los versos que había escrito para ella justo tres años antes:

Hay dos océanos profundos,
impensables, inimaginables, distantes.
Yo te contemplo desde lejos,
desde lo alto de la luna inmensa,
por encima de las nubes grises,
del vuelo de aves.

Tú eres basta y profunda,
misteriosa y eterna.
Ola tras ola yaces moribunda sobre la costa
y renaces con la espuma.
Eres el océano inalcanzable y profundo
que mi cuerpo no toca,
la voz de arrullo,
brisa de sal sobre la roca.

Tuvo que pasar todo ese tiempo para estar allí junto a ti y comprender que de algún modo, somos como el mar y el cielo, lejanos y distantes, pero a veces, solo a veces, como uno, un solo océano inmenso y resplandeciente. Al menos así me siento yo, mientras tomo tu mano y fumamos, como si a fin de cuentas hubiéramos encontrado nuestro propio horizonte, como si una parte de nuestra vida estuviera destinada a ser una sola. Como la espuma que solo existe por unos breves instantes sobre la roca, como los breves instantes en que el mar y el cielo son uno.

Sólo se vive una vez: Matilde

Sólo se vive una vez – dijo Matilde – Sólo una vez se es joven – Agregó, mientras miraba el comal ennegrecido, como mirando dentro de si misma y comprobando que aquello era verdad. De lo lejos llegaba el sonido de las olas azules estrellándose sobre las rocas, las moscas feroces invadían todo, era como si aquel rugido de vida que el mar llevaba consigo se estrellara de pronto con la realidad, con una realidad moribunda y maloliente, como el cadáver de alguien cuyo espíritu se niega a morir. Yo miraba a Matilde, la piel morena, las arrugas, los ojos opacos, sentí que aquella mujer sabía muchas cosas, cosas que veía desde el destartalado puesto de hojalata al lado de la carretera. De vez en cuando miraba a los chiquillos que jugaban –Soy dura con mis nietos – y de nuevo volvía a su trabajo rutinario de aplastar bolitas de masa con las manos y colocarlos en el comal. Yo te miraba, de reojo apenas, pensaba en lo que había dicho Matilde, sólo se vive una vez, sólo una vez se es joven, y me alegraba de que estuviéramos allí. Viviendo un tiempo prestado a nuestros respectivos mundos, amándote como lo he hecho durante estos años. Sólo se vive una vez. ¿Recuerdas que nos pregunto si estábamos casados? Y ambos nos sonrojamos, y luego Matilde se puso seria, pero aún así no dijo nada, no tenía porqué hacerlo, aunque supongo que hacía dentro de si nos juzgo, pero de nuevo de entretuvo con las bolitas de masa. Mirando hacía un lado y otro de la carretera.

Nos despedimos de Matilde y cruzamos la carretera, ese pequeño gesto fue lo que empezó todo, ¿recuerdas que te dije que quería escribir un libro? Al estar con Matilde era como estar en medio del mundo, quiero decir del mar y de nuestra vida cotidiana. De pronto me imagine estar dando la espalda no solo a ese destartalado puesto de hojalata, con sus cientos de moscas revoloteando, sino al pasado, como si mirar de frente al mar, me liberara de todo lo demás y te tuviera de mi brazo, mirando las cosas nuevas y llenas de vida que la brisa del mar traen consigo. No sé si tu sentías lo mismo. Pero allí era donde quería estar, caminando de frente, con la vida, como el reflejo azul del mar visto desde lejos por la mirada inquieta y transparente de Matilde.