jueves, julio 22, 2004

Empezando

Ivonne

Asumo, como muchos, que somos el producto de una coincidencia o, en su defecto, de algunos minutos de placer (visión cínica del asunto).

Esto tampoco es un inicio, o principio, o como quieras llamarlo, es, más bien, el intento de asumir la responsabilidad, mi responsabilidad; más allá de las frases o palabras, o del siginificado de las mismas.

Tu bien sabes como he enfrentado la libertad que tanto pregono. Para algunos es una cuestion de valentia, para otros se trata de osadez, y para los mas es, sólo, estupidez.

Estoy empezando a asumir las letras-palabras que te digo, de eso se trata esto, la responsabilidad de mi amor por ti.

sábado, julio 03, 2004

Recuentos XII

Sábado 3 de julio de 2004
Barra Vieja- Acapulco Guerrero

1
Dejo mis huellas solas
sobre la arena.

2
Tres gaviotas vuelan sin destino
sobre las olas implacables
que mueren sobre la arena.
Más que antes, me haces falta.
Sopla el viento que no trae tu nombre ni tu aroma.
Estas son las letras de toda mi soledad
que frente al mar, te llaman

3
El inmenso océano gris
borra la imagen de tu sonrisa
que dibujo sobre la arena.

Hace falta todo el dolor del mundo
Para escribirte esto.
Lentamente la tarde se hace gris,
te busco en el horizonte,
en la espuma, en la arena tibia,
dentro de mi voz, en mis palabras,
en la respiración de mis pulmones,
en todas partes haces falta.

4
Respiro la brisa fresca
que se dibuja en el horizonte.
Cada vez que te escribo
Renuncio un poco más a ti,
Pero no abandono la imagen
de éste cielo gris,
no abandono del todo
mis huellas moribundas
5
Mi silencio es el sollozo
tranquilo y perpetuo
de la marea.

Tu ausencia es esta brisa,
sabor a sal y tristeza,
que penetra mis ojos y mi piel.

6
Te llevas todo,
todo lo arrancas de mi,
Pétalos de rosas blancas
que resbalan por mi mano
hasta el azul de las olas tranquilas.
Tú sigues siendo el instante de la espuma
que viene y se aleja,
que es fugaz y eterna.
Doy media vuelta y aún me llamas,
con tu voz de todos los sollozos del mundo.

La tarde no acaba aquí,
sino dentro de mi corazón dolorido,
este mar plagado de tristeza,
la orilla donde mis huellas van muriendo,
donde voy perdiendo la esperanza de tu cuerpo.

Yo te digo esto,
Con la carne viva quemada por el sol y sal,
Por el rocío lacerante y húmedo de tu mirada lejana.
¿Dónde estás? Es la pregunta perpetua
de mis labios salados.
Toda tu, también, sabes a sal,
tu beso silencioso de ojos cerrados,
la corona de tus senos,
el hueco de tus brazos,
el palpitar de tu corazón
en la punta de un dedo de tu mano.

7
La luz gris del cielo se apaga,
la brisa salada nubla el horizonte,
yo contemplo sentado
los últimos restos de un día mas, sin ti.

Cierro los ojos, escucho sólo el sonido
lento, triste y ausente de olas muertas,
de la arena que intenta sepultar
todo el dolor que acompaña este instante.

¿Ahora comprendes que en verdad me haces falta?
qué a pesar de todo el océano del mundo,
mi mano sigue estando vacía.

8
¿Por qué sucede que te necesito tanto?
Estoy frente al mar, como estoy frente a ti.
Esta es la verdad de todas las tardes:
pareces ser el horizonte inalcanzable,
la ola que revienta contra las rocas
la embarcación de náufrago sin retorno.
Es cierto, una vez que he llegado aquí,
no hay camino de regreso. Estás frente a mi,
como el mar gris y azul de la tarde tibia.

Este es todo el dolor que tengo para darte,
soy esta figura de arena sobre piel
que el viento desgarra implacable.

9
Eras el puñado de arena entre mi mano,
el instante en que te sostuve
y contemplaba la tarde gris y triste,
y era tu cuerpo dulce,
y era tu voz de brisa húmeda.

Yo te había separado del mundo,
del rugido implacable del océano,
y en mi mano sentías el palpitar triste
de mi corazón llamándote.

Todos sabían que eras tu,
que no era necesario decir tu nombre,
que si lloraba en silencio,
era porque sin palabras
buscaba tu mano,
pero eras solo arena,
solo lágrimas de sal al viento.

10
Recuesto mi oído sobre la arena mojada,
como cuando recuesto mi cansancio
sobre tu espalda tibia.
Y escucho el sonido de las olas
como el vaivén de tu respiración tranquila.

Tú no lo sabes, no lo puedes ver,
de nuevo lloro sobre tu cuerpo,
esta es la suplica sin palabras,
la oración al caer la tarde,
el instante en que cierro los ojos
y acallo lo que pienso,
el momento de tu silencio.
Este es el sonido de la ola sobre la arena,
de mis dedos ásperos sobre tu espalda tersa.

11
Hay dos océanos profundos,
impensables, inimaginables, distantes.
Yo te contemplo desde lejos,
desde lo alto de la luna inmensa,
por encima de las nubes grises,
del vuelo de aves.

Tú eres basta y profunda,
misteriosa y eterna.
Ola tras ola yaces moribunda sobre la costa
y renaces con la espuma.
Eres el océano inalcanzable y profundo
que mi cuerpo no toca,
la voz de arrullo,
brisa de sal sobre la roca.

12
Un faro y tu silencio.
Yo contemplaba el mar oscuro
las olas nocturnas sobre la arena.
Hora tras hora de la noche,
con los ojos cerrados,
con las manos abiertas,
con este dolor que mi voz siempre callada
con tu nombre siempre en mi silencio.

A lo lejos, sobre las luces del puerto,
en la débil luz de un pescador solitario
que tira sus redes,
está la impotencia de mis brazos de cargar el aire,
como si mis piernas se hubieran clavado
entre la arena,
y no pudiera dar vuelta,
como si no pudiera dejar de mirarte.

Soy ese faro que contempla tu noche oscura

13
Mis brazos son tu refugio,
mi pecho tu silencio,
mi corazón el arrullo del marsobre tu pelo.