lunes, enero 30, 2006

Frío

B y yo ibamos atravezando el eje central para llegar a la esquina que forman dicha avenida y la calle de Tacuba, mientras tanto iba confesandole sobre mi extraña atracción al edificio del ahora Museo Nacional de arte, misma que raya en los límites de alguna extraña parafilia. La exposición fue inceible, Goya siempre será Goya, es uno de esos raros artistas que rayan los límites entre un arte y otro: Goya lo hace entre la pintura y la poesia, entre la lucidez y la paranoia, la realidad y la fantasia.


Luego, mientras caminabamos por la salas y tomabamos algunas fotos, miraba sus ojos claros, supongo que Goya ha de saber perdonar el descaro de poner más atención a su cabello humédo, a su sonrisa y su voz, al hecho de que fuera de mi brazo y lo demás dejara de existir por el breve instante en que sus ojos se posaban en los mios, que a sus cuadros.


Ya estaba oscuro cuando salimos, el viento frío soplaba entre la gente y las luces de los automoviles, había mucha gente en las calles, y era difícil caminar, en un alto me abrazo con su cuerpo frágil y entonces supe que maravilloso es el frío, sus manos temblando entre las mías, su cuerpo más mío que nunca, como si se dibujara en el momento en que mis brazos y mi hombro la sostuvieran. Nos faltarón los besos pero no las miradas, pero no el silencio, no hizo flata su sonrisa, ni su mano sosteniendo la mia, como si cosntruyera un refugio del frío y de todas las cosas que nos son imposibles...

1 comentario:

Zaz dijo...

Bravo... esto se merece aplausos.
Suave de leerse y de sentirse.