Yo te digo esto,
Con la carne viva quemada por el sol y sal,
Por el rocío lacerante y húmedo de tu mirada lejana.
¿Dónde estás? Es la pregunta perpetua
de mis labios salados.
Toda tú, también, sabes a sal,
tu beso silencioso de ojos cerrados,
la corona de tus senos,
el hueco de tus brazos,
el palpitar de tu corazón
en la punta de un dedo de tu mano.
Y es como si aquello, tan lejano y distante, perteneciera a otra persona, como si se tratara de otro océano, de otra piel que nada tiene que ver conmigo. y sin embargo, los releo y sé que los escribí para ti, pero no puedo recordar por qué. Volví hace ocho días y la brisa, la arena, la sal, la luz inmensa, todo era tan parecido y distante a la vez, y me miro ahora, alli, parado frente al mar de la tarde, como si el que nunca hubiera existido fuera yo.
Y ahora no tengo nada que escribir, o mejor dicho, no tengo nada que escribirte ni a ti, ni a ella. Es como estar siempre en el mismo punto de partida, un punto cada vez mas lejano, como esas huellas sobre la arena que no dejan rastro de mi existencia.
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Terminé de leer Justine y te leí aquel pasaje que define en lo que nos hemos convertido, tuvieron que pasar 8 años para que sentado frente a ti cobraran significado esas palabras, sólo hasta hoy.
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Corazón bajo la sombra de una mano,
has de latir sin sangre,
ya sabes todo: lo que nunca dirás.
Has renunciado,
al cuerpo de mujer desparramado
sobre una cama de espinas sin heridas.
Dejaste de sonreír
cuando se quebró de un golpe tu latido,
sigues siendo bufón sin rey,
ala sin pájaro moribundo,
flor marchita sin destino,
mi mano sólo escribe
el recuerdo de tu piel desnuda,
todo ha de parecerse al olvido.
Floreces,
entre sendero de piedras,
lágrimas de mañana,
frío viento que aconseja tus mejillas,
ya no vienes a mis brazos
(esa esperanza se ha ido,
cuando dejaste tu nombre sin mi voz),
cansado tu cuerpo,
no soy refugio;
ese paraíso inventado
escapó de tu odio insostenible
por el mundo.
Has querido el silencio,
éste no es un reclamo
de las cosas que no se han dicho:
carta en la botella de ningún náufrago.
Terminaron en el viento
tus pétalos marchitos sin destino,
tu voz que poco a poco
fue muriendo,
fragmentos rotos de dichas sin camino.
A esta hora del invierno,
cuando la noche
ha caído sobre las ciudades,
lo imperdonable se hace más terrible,
cómo un océano de viento anhelante
que trae a la memoria los recuerdos,
acantilado oscuro sobre el que yace
tu roto cuerpo.
Tus olas implacables
revientan pasajeras
cada voz de mis palabras sin tu oído,
viento sin murmullo de palabras
bajo luna de noviembre.